Adivinanza: ‘Antes de que el
hombre y la tierra fuesen, él es.
Nace el 25 de diciembre. Es
la luz del mundo. Da y sostiene la vida. Convierte el agua en vino. Tiene doce discípulos. Proporciona salud. Alimenta a multitudes.
Camina sobre las aguas. Lleva una corona de espinas. Muere y resucita. Asciende
al cielo. Viene con las nubes y todo ojo lo verá’.
Cuando se les presenta la anterior adivinanza a los miembros de la
cristiandad, no importa la denominación eclesiástica a la que pertenezcan,
absolutamente todos responden que, por supuesto, se trata de Jesucristo. Ello
es debido a que los evangelios y el Apocalipsis así lo hacen creer. Sin embargo
la adivinanza no se refiere a Jesucristo. ¿A quién, pues?
La
pista se da con la afirmación “viene con las nubes y todo ojo lo verá”. En
efecto, todos los días viene con las nubes y todo ojo lo ve y lo verá. Se trata
del Sol. Su existencia es muy anterior a la Tierra y al hombre.
Indiscutiblemente el Sol es la luz del mundo, da y sostiene la vida y, gracias
a su acción bienhechora, la tierra produce alimentos para todos los habitantes
del planeta. Y por supuesto, la fuente primordial de salud del ser humano es el
Sol. Sin el Sol, la Tierra estaría a oscuras y sin su calor y fuente de energía
nadie podría vivir.
Cuando el Sol se refleja sobre las aguas en movimiento parece
desplazarse sobre ellas. De ahí que se diga que el Sol camina sobre las aguas.
El Sol convierte el agua en vino en el sentido de que hace madurar las uvas
cuyo jugo después fermentará y se convertirá en vino. El Sol tiene doce
discípulos, que son las doce constelaciones del Zodiaco que recorre a lo largo
del año. Al Sol se le representa popular y gráficamente por medio de un halo
con pequeños rayos semejantes a espinas, a modo de corona. El Sol asciende al
cielo desde la hora del amanecer hasta el mediodía, en que está en el cénit o
punto más alto.
Las
respuestas a esta explicación siempre son las mismas por parte de los
creyentes: todos coinciden en afirmar que es forzada y que se le encajan al Sol
atributos que son propios de Jesucristo. No obstante, lo contrario es la
realidad: A Jesucristo, lo mismo que antes de él a otros héroes mitificados, se
le atribuyeron las características que en la antigüedad se le imputaban al Sol
y posteriormente a dioses o humanos endiosados que hipotéticamente precedieron
a Jesucristo. Todos estos son dioses o héroes solares.
No
hemos de olvidar que las religiones fueron solares en la remota antigüedad,
cuando se originaron. Las gentes veneraban al Sol cual si fuera el dios dador
de vida. El mismo emperador Constantino fue partidario de la adoración al Sol.
De hecho fue miembro de la religión cuya devoción se tributaba al Sol Invicto.
Se dice que Constantino decretó la libertad de los cristianos y él mismo se
hizo cristiano. Lo que en realidad hizo fue algo más descabellado: hizo
traspasar la antigua veneración del Sol al personaje recién creado de
Jesucristo.
Fue
en su tiempo cuando en realidad se dio origen al cristianismo. Constantino
jamás se convirtió al cristianismo, sabiendo que era una ficción por él creada.
A pesar de lo que hacen creer los eclesiásticos, el emperador romano continuó
toda su vida como incondicional devoto del dios Sol. En su lecho de muerte fue
atendido por Eusebio de Nicomedia, que no era cristiano, sino un clérigo del
mitraismo, del que el cristianismo romano tomó todos los símbolos. Eusebio de
Cesarea era también un clérigo del mitraismo que aceptó el cristianismo y
escribió la Historia Eclesiástica, mediante la cual pretendía demostrar, de
acuerdo con el emperador Constantino, que los papas y los obispos eran los
herederos de los apóstoles y que por tanto la Iglesia Católica que entonces se
fundaba, y con ella en realidad el cristianismo, era la verdadera.
Cuando en los libros del Nuevo Testamento se habla de una segunda venida
de Jesucristo en gloria, el trasfondo real de ello es la “venida” del Sol al
amanecer. Todos los días el Sol viene con las nubes y todo ojo lo ve. Todos los
días se oculta. Todos los días muere y resucita el Sol. De ahí que los relatos
de los antiguos dioses, que tomaron los atributos solares, expongan que los
tales mueren y resucitan. Más exactamente, mueren y resucitan al tercer día,
como el Sol al llegar el 22 de Diciembre. Por tres días el Sol da la sensación
de inactividad, que recobra al tercer día, el 25 de Diciembre. Por esa razón,
de muchos de aquellos dioses a los que se les aplicaron características de la
religión solar se enseña que nacen el 25 de Diciembre. Jesucristo no se libra
de dicha asignación tradicional, al declarar la Iglesia Católica a sus fieles
que nació el 25 de Diciembre.
Para los adeptos de las viejas religiones solares el sol moría al
momento del ocaso y resucitaba, nacía o renacía con gloria a la mañana
siguiente. Con el tiempo este concepto se trasladó a los dioses de turno de las
nuevas religiones, que copiaron todo su ritual de las teologías solares y
atribuyeron esta peculiaridad de muerte y resurrección o nacimiento a los
dioses que ahora veneraban. La diferencia es que a estos nuevos dioses no se
les aplicaba un morir y renacer diario, sino anual, al menos en la celebración
de los ritos a ellos dedicados.
El
cristianismo no se libró de esto y por ese motivo Jesucristo se parece tanto a
otros personajes deificados que le precedieron, como Horus, Osiris, Mitra,
Dionisos, Attis, Zoroastro y Krisna, por mencionar algunos. Todos ellos no eran
más que una representación encubierta del dios Sol. A todos, incluído
Jesucristo, se les consideró como si fueran el mismo Sol. De ahí la general
representación de casi todos ellos con un halo luminoso en sus cabezas, ya que
eran representaciones solares. El dios mediador egipcio Horus tenía todos los
atributos del Sol, atributos que posteriormente heredaría Jesucristo, otro dios
mediador, al que los evangelios le aplican todas las funciones que tiene el
propio Sol: nace, es la
luz del mundo, da y sostiene la vida, convierte el agua en vino, tiene doce discípulos, proporciona salud a las gentes, alimenta a multitudes,
camina sobre las aguas, lleva una corona de espinas, muere, resucita, asciende
al cielo y viene con las nubes y todo ojo lo verá.
Sí,
los evangelios nos presentan a un Jesucristo de carácter mágico que nace de una
virgen, obra insólitos milagros, resucita de la muerte y asciende físicamente a
los cielos, si bien algunos credos cristianos, como los testigos de Jehová,
enseñan que Cristo no resucitó y ascendió a los cielos físicamente, sino en
espíritu. Al mismo Jesucristo se le atribuye decir que es hijo natural del mismo
Dios y que tuvo una existencia prehumana en el cielo. Pero justamente esto es
lo que más o menos se aseguraba de los viejos seres endiosados en las distintas
religiones. En origen, todo ello se remite a la antigua veneración del Sol, que
viene con las nubes y todo ojo lo ve.