(Serie
de cuatro artículos publicados en periódicos locales de Estados Unidos y
duramente criticados por las diferentes iglesias)
La
Iglesia realizó copias en papiro de la versión de la Vulgata de Jerónimo y esas
copias las hizo pasar como que eran de los siglos II y III. ¿Cómo es posible
que estos papiros sigan fielmente la versión de la Vulgata, que se escribió a
finales del siglo IV, y no sigan la versión del códice Sinaíticus, que es más
antiguo? Lo suyo es que los papiros de los siglos II y III deberían estar
ajustados a lo que dice el Códice Sinaíticus, lo que significaría que este
códice se habría basado en tales papiros.
Pero resulta que Eusebio no utilizó escrituras en papiro de siglos
anteriores. La realidad es que Eusebio se inventó los evangelios, las epístolas
y los personajes, al igual que inventó su Historia Eclesiástica para tratar de
demostrar que la Iglesia de Roma era la continuadora legítima de los apóstoles
de Jesucristo, todo por orden imperial. Eusebio también se inventó unos padres
de la Iglesia de los que la Historia no da razón, salvo de Orígenes y
Tertuliano, a los que el de Cesarea atribuyó escritos cristianos que,
evidentemente, eran de la pluma de Eusebio. Ni Tertuliano ni Orígenes podían
ser padres de una Iglesia y de un cristianismo que no comenzó a existir hasta
el siglo IV.
A Josefo se le insertó en uno de sus escritos la famosa cuña conocida
como ‘testimonio flaviano’. Se cree que el autor de la cuña fue Eusebio de
Cesarea, en el siglo IV. Si Josefo hubiera sabido que existió Jesucristo,
habría escrito por lo menos un grueso volumen sobre él, a favor o en contra.
Pero Josefo, siendo historiador, no se enteró de la existencia de Jesucristo.
No se enteró porque Jesucristo no existió en el siglo I. Subió a la literatura
evangélica en el siglo IV.
Al igual que a Josefo, a otros autores también se les insertaron breves
cuñas en sus escritos para hacer ver a los lectores que Jesucristo era un
personaje de carne y hueso del siglo I. Pero una breve cuña en un relato no es
evidencia de la existencia de nadie. Tal existencia debería estar documentada
con profusión de datos, lo que supondría en este caso escribir libros enteros
acerca del personaje. Los evangelios no aportan datos que puedan comprobarse
históricamente.
La Historia de Roma no menciona a Jesucristo, y eso que los romanos controlaban
Judea en el siglo I y Jesucristo era un personaje importante, según los
evangelios. Tampoco dicen nada de Jesucristo los historiadores de ese siglo I y
los dos siguientes. Hasta el siglo IV nada se sabe de los evangelios y las
epístolas paulinas. Y nada se sabe de Nazareth hasta ese concreto siglo. Toda
la supuesta documentación evangélica de siglos anteriores al IV no es más que
un hábil engaño de la Iglesia que, a la par del cristianismo, instituyó
Constantino. Los evangelios son una novela histórica cuyo personaje central es
pura ficción. Por eso no se cumplen las supuestas profecías acerca del fin del
mundo. Y basar la vida entera en personajes de ficción es una auténtica locura.
(Fin de los cuatro artículos).
(OBSERVACION: El Cuerpo Gobernante
de los testigos de Jehová defiende acérrimamente la existencia real de la
Iglesia primitiva según escribe Eusebio de Cesarea en su Historia Eclesiástica.
Y defiende asimismo la existencia de los padres apostólicos que Eusebio se
inventó para tratar de demostrar que la Iglesia era la continuadora de los
apóstoles. Y los defiende a pesar de que todos esos padres eran apóstatas de un
supuesto cristianismo. Sin esos padres que defienden los evangelios, los
testigos de Jehová no pueden demostrar que esos evangelios son del siglo I. Y
lo mismo que los testigos de Jehová, los demás protestantes).
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