Ungidos por diez millares
de todo pueblo y nación
conforman hoy los pilares
de aquella generación
que el “fiel esclavo discreto”
que se hizo de Dios vocero
acomodó por decreto
al año catorce entero,
asegurando tajante
que no habría de pasar
sin que se viera triunfante
el “orden nuevo” llegar.
Como el dos mil se acercaba
sin que nada sucediera
de aquello que se esperaba,
dióse nueva entendedera
y así la generación
quedó en la incrédula gente
que no admite corrección
y se burla tercamente.
Una década más tarde
surge un nuevo entendimiento
y el tema ya está que arde
y genera aturdimiento.
Ahora la generación
se refiere solamente
a la selecta porción
de los que tienen en mente
coronarse como reyes
después del Armagedón;
mientras tanto, imponen leyes
de ridícula acepción.
La eterna generación
tiene ahora otro sentido;
y es que, sin vacilación,
tan solo aplica al ungido
que, desde el tiempo de Cristo,
se traslapa y se traslapa
sin nadie que lo haya visto
y es misterio que se escapa.
Y, mientras ungidos haya
que se traslapen en hato
-ya informará La Atalaya
con parsimonia y recato-,
tendremos, bien se subraya,
generación para rato.
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