Manda el Cuerpo Gobernante
predicar la buena nueva
por las calles, aunque llueva,
sin perder un solo instante.
Y es que está el Armagedón
a la vuelta de la esquina
y hay que darle a la bocina
sin darle tregua al pregón.
Se predicará sin pena
que el fin ruina trae consigo
y al que no se haga Testigo
le va a caer una buena.
Ya Russell cuando empezaba
con esto de predicar,
pronto se puso a cascar
que el Armagedón llegaba.
Tema tan catastrofista
que le dio buen rendimiento
lo recibió en su momento
de Barbour el adventista.
No investigó su certeza
y el predicar anhelante
pasó al bíblico estudiante,
que hasta perdió la cabeza.
Pasó el catorce de edad,
no vino el fin anunciado
y un Russell más desquiciado
redobló su actividad.
Vino Rutherford después,
predicó el fin con ahínco
y después del veinticinco
puso todo del revés.
Con los fondos de la grey
se construyó dos mansiones,
tuvo dos coches glotones
y vivió a cuerpo de rey.
Subido Knorr al estrado,
se dijo masivamente
que el fin era ya inminente,
que el sistema ha caducado.
Y pasó el año en cuestión,
que a bombo fue proclamado,
mas el fin ni hubo asomado.
Grande fu la decepción.
Y las riendas las tomó
ese Cuerpo Gobernante
que con ansia delirante
la Sociedad trastornó.
Y el eterno Armagedón
quedó en que se predicara
para antes de que llegara
la antigua generación.
Pero esta generación
ya terminó su existencia
y no se vio la presencia
de ningún Armagedón.
Y tuvo que ser cambiada.
Ahora la generación
son dos grupos en acción
que inician la traslapada.
Pero en la predicación
se decía con sigilo
que antes de acabarse el siglo
vendría el Armagedón.
¿Quién sabe en este momento
lo que habrá de predicarse
después de tanto cambiarse
la luz del entendimiento?
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