Las
muchedumbres que seguían a Jesús
Relatan los
evangelios que grandes multitudes de gente seguían a Jesús el nazareno allá
donde iba, con objeto de escuchar sus palabras y presenciar sus milagros. Estas
inmensas concentraciones tenían lugar al aire libre, como fue el caso del
Sermón del Monte o el de las dos multiplicaciones de los panes y los peces.
El seguimiento de
las muchedumbres es frecuente en los evangelios. Así el evangelista relata en
Mateo 4:25 que ‘grandes muchedumbres le seguían de Galilea y de la Decápolis y
de Jerusalén y de Judea y del otro lado del Jordán’. También Mateo 13:2
especifica: ‘Se le acercaron numerosas muchedumbres. El, subiendo a una barca,
se sentó, quedando las muchedumbres sobre la playa’.
Con relación a las
curaciones milagrosas se lee en Mateo 15:30: ‘Se le acercó una gran muchedumbre
en la que había cojos, mancos, ciegos, mudos y otros muchos, que se echaron a
sus pies y los curó’. Y al tiempo de la entrada triunfal en Jerusalén, Mateo
21:10,11 escribe: ‘Y cuando entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió… Y
la muchedumbre respondía: ¡Este es Jesús el profeta, el de Nazaret de Galilea!’
Son numerosos los
textos evangélicos en los que aparecen multitudes en torno a Jesús de Nazareth.
Dichos pasajes son particularmente llamativos, pues demuestran que los
evangelistas no conocían las costumbres y leyes de aquel tiempo en que los
romanos dominaban la nación de Judá y la de Galilea.
Los historiadores
saben que Roma no permitía concentraciones de gente en los dominios de Judea y
Galilea en los tiempos en que se supone que Jesús andaba por aquellas tierras.
No permitían tales concentraciones ni en las ciudades ni en los campos, por
temor a que se estuviera fraguando algún tipo de revuelta.
Durante la Pascua
se reunía gran cantidad de judíos en Jerusalén y los soldados romanos se
apostaban entre la gente para vigilar que no se gestara rebelión alguna. El
historiador Flavio Josefo así lo relata en su ‘Antigüedades judaicas’. Dice
sobre el procurador Cumano:
‘En la fiesta de
la Pascua… congregándose una gran multitud… temeroso Cumano de alguna sedición,
ordenó que una cohorte se apostara con sus armas en el pórtico del Templo… Así
acostumbraban a hacerlo antes que él los procuradores de Judea’ (Antigüedades
judaicas, 20, V, 3).
Que las
concentraciones multitudinarias eran severamente castigadas por los romanos de
Judea, lo atestiguó también Josefo en su obra ‘Guerra de los judíos”, donde
escribe: ‘Otros hombres… pretendiendo con sombra y nombre de religión hacer
muchas novedades… se salían a los desiertos y soledades, prometiéndoles y
haciéndoles creer que Dios les mostraba allí señales de la libertad que habían
de tener. Envió contra éstos Félix gentes de a caballo y de a pie, todos muy
armados y mataron gran muchedumbre de judíos’ (Guerra de los judíos, cap. 2,
XII).
En vista de lo
precedente, resulta sumamente difícil explicar cómo Juan el Bautista consiguió
reunir muchedumbres en el desierto, sin ser detectadas por los soldados
romanos, según cita el evangelista Marcos: “Acudían a él de toda la región de
Judea, todos los moradores de Jerusalén, y se hacían bautizar por él en el río
Jordán” (Marcos 1:5).
Aún es más difícil
concebir cómo grandes muchedumbres pudieron haberse reunido vez tras vez en
torno a Jesús de Nazaret, e incluso desplazarse con él de un lugar a otro, sin
que tales concentraciones populares llamasen la atención de las autoridades de
Roma desplazadas en la zona.
Los milagros
principales de Jesús acontecieron precisamente ante las muchedumbres. Los exegetas
bíblicos suelen decir que, sin muchedumbres, difícilmente habría realizado
Jesús sus milagros. Pero si los romanos ni siquiera permitían concentraciones
en torno a una persona que caía bajo sospecha de sedición, ¿cómo pudo Jesús
haber realizado sus portentos? ¿Y cómo fue posible el famoso sermón del monte y
la multiplicación de los panes y los peces?
Cuesta creer que
los evangelistas, de quienes se afirma que conocían las costumbres y
tradiciones judías, no estuvieran al tanto de que los romanos en modo alguno
permitían reuniones numerosas. Esta inserción evangélica de las muchedumbres
que seguían a Jesús hace creer que los evangelistas no eran judíos ni conocían
las costumbres y leyes vigentes en Jerusalén en el siglo I. Hay dos evangelios
que se atribuyen a Mateo y a Juan; pero estos no eran judíos, sino galileos.
Forzosamente los
evangelios tuvieron que haberse escrito mucho más tarde del siglo I, y ello por
autores no judíos y totalmente desconocidos: no se sabe quiénes escribieron los
evangelios ni las cartas que se atribuyen a Pablo de Tarso y otros, aunque se
sospecha.
No solamente el
detalle de las muchedumbres hace sospechar que los evangelistas no eran
naturales de Judea ni estaban al tanto de las normas imperantes en la Jerusalén
del siglo I, sino que muchos pasajes evangélicos muestran un total
desconocimiento incluso de los lugares de Palestina.
Indudablemente,
mal pudieron haber leído a Flavio Josefo, que atestigua de que reunir
muchedumbres en Judea resultaba poco menos que imposible. Da la impresión de
que quienes escribieron los evangelios lo hicieron de oídas o tras haber
consultado algún volumen no muy preciso en alguna antigua biblioteca del
Imperio romano.
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