martes, 6 de agosto de 2019

Del libro BASES DOCTRINALES DE LOS TJ (39)


Las muchedumbres que seguían a Jesús

    Relatan los evangelios que grandes multitudes de gente seguían a Jesús el nazareno allá donde iba, con objeto de escuchar sus palabras y presenciar sus milagros. Estas inmensas concentraciones tenían lugar al aire libre, como fue el caso del Sermón del Monte o el de las dos multiplicaciones de los panes y los peces.
    El seguimiento de las muchedumbres es frecuente en los evangelios. Así el evangelista relata en Mateo 4:25 que ‘grandes muchedumbres le seguían de Galilea y de la Decápolis y de Jerusalén y de Judea y del otro lado del Jordán’. También Mateo 13:2 especifica: ‘Se le acercaron numerosas muchedumbres. El, subiendo a una barca, se sentó, quedando las muchedumbres sobre la playa’.
    Con relación a las curaciones milagrosas se lee en Mateo 15:30: ‘Se le acercó una gran muchedumbre en la que había cojos, mancos, ciegos, mudos y otros muchos, que se echaron a sus pies y los curó’. Y al tiempo de la entrada triunfal en Jerusalén, Mateo 21:10,11 escribe: ‘Y cuando entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió… Y la muchedumbre respondía: ¡Este es Jesús el profeta, el de Nazaret de Galilea!’
    Son numerosos los textos evangélicos en los que aparecen multitudes en torno a Jesús de Nazareth. Dichos pasajes son particularmente llamativos, pues demuestran que los evangelistas no conocían las costumbres y leyes de aquel tiempo en que los romanos dominaban la nación de Judá y la de Galilea.
    Los historiadores saben que Roma no permitía concentraciones de gente en los dominios de Judea y Galilea en los tiempos en que se supone que Jesús andaba por aquellas tierras. No permitían tales concentraciones ni en las ciudades ni en los campos, por temor a que se estuviera fraguando algún tipo de revuelta.
    Durante la Pascua se reunía gran cantidad de judíos en Jerusalén y los soldados romanos se apostaban entre la gente para vigilar que no se gestara rebelión alguna. El historiador Flavio Josefo así lo relata en su ‘Antigüedades judaicas’. Dice sobre el procurador Cumano:
    ‘En la fiesta de la Pascua… congregándose una gran multitud… temeroso Cumano de alguna sedición, ordenó que una cohorte se apostara con sus armas en el pórtico del Templo… Así acostumbraban a hacerlo antes que él los procuradores de Judea’ (Antigüedades judaicas, 20, V, 3).   
    Que las concentraciones multitudinarias eran severamente castigadas por los romanos de Judea, lo atestiguó también Josefo en su obra ‘Guerra de los judíos”, donde escribe: ‘Otros hombres… pretendiendo con sombra y nombre de religión hacer muchas novedades… se salían a los desiertos y soledades, prometiéndoles y haciéndoles creer que Dios les mostraba allí señales de la libertad que habían de tener. Envió contra éstos Félix gentes de a caballo y de a pie, todos muy armados y mataron gran muchedumbre de judíos’ (Guerra de los judíos, cap. 2, XII).
    En vista de lo precedente, resulta sumamente difícil explicar cómo Juan el Bautista consiguió reunir muchedumbres en el desierto, sin ser detectadas por los soldados romanos, según cita el evangelista Marcos: “Acudían a él de toda la región de Judea, todos los moradores de Jerusalén, y se hacían bautizar por él en el río Jordán” (Marcos 1:5).
    Aún es más difícil concebir cómo grandes muchedumbres pudieron haberse reunido vez tras vez en torno a Jesús de Nazaret, e incluso desplazarse con él de un lugar a otro, sin que tales concentraciones populares llamasen la atención de las autoridades de Roma desplazadas en la zona.
    Los milagros principales de Jesús acontecieron precisamente ante las muchedumbres. Los exegetas bíblicos suelen decir que, sin muchedumbres, difícilmente habría realizado Jesús sus milagros. Pero si los romanos ni siquiera permitían concentraciones en torno a una persona que caía bajo sospecha de sedición, ¿cómo pudo Jesús haber realizado sus portentos? ¿Y cómo fue posible el famoso sermón del monte y la multiplicación de los panes y los peces?
    Cuesta creer que los evangelistas, de quienes se afirma que conocían las costumbres y tradiciones judías, no estuvieran al tanto de que los romanos en modo alguno permitían reuniones numerosas. Esta inserción evangélica de las muchedumbres que seguían a Jesús hace creer que los evangelistas no eran judíos ni conocían las costumbres y leyes vigentes en Jerusalén en el siglo I. Hay dos evangelios que se atribuyen a Mateo y a Juan; pero estos no eran judíos, sino galileos.
    Forzosamente los evangelios tuvieron que haberse escrito mucho más tarde del siglo I, y ello por autores no judíos y totalmente desconocidos: no se sabe quiénes escribieron los evangelios ni las cartas que se atribuyen a Pablo de Tarso y otros, aunque se sospecha.
    No solamente el detalle de las muchedumbres hace sospechar que los evangelistas no eran naturales de Judea ni estaban al tanto de las normas imperantes en la Jerusalén del siglo I, sino que muchos pasajes evangélicos muestran un total desconocimiento incluso de los lugares de Palestina.
    Indudablemente, mal pudieron haber leído a Flavio Josefo, que atestigua de que reunir muchedumbres en Judea resultaba poco menos que imposible. Da la impresión de que quienes escribieron los evangelios lo hicieron de oídas o tras haber consultado algún volumen no muy preciso en alguna antigua biblioteca del Imperio romano.


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