Hola, soy Robert y he servido en el Betel central
de los testigos de Jehová por cuarenta años. Lo que motivó mi decisión fue que
el Armagedón estaba a punto de llegar y de poco me iba a servir el trabajo
seglar. Así que me despedí de la empresa en la que tenía un trabajo fijo y en
principio me dediqué a predicar de tiempo completo. Después solicité el ingreso
en Betel y me admitieron. He rotado por todos los departamentos y últimamente,
dado mi delicado estado de salud, me pasaron a las oficinas. Serví también como
anciano de una congregación cercana. Hace dos semanas recibí la carta del
Cuerpo Gobernante en la que me comunica que, por la mala situación financiera
que atraviesa la Organización, aparte de mi avanzada edad, tengo que dejar
Betel en el plazo de un mes. Se me cayó el alma a los pies.
¿A dónde podía ir, si no tenía casa ni
familia ni trabajo? ¿Habrá algún hermano que me dé alojamiento en su casa? Ni
siquiera pude ahorrar unos dólares para la vejez, pues lo que me pagaban era
para ayudarme en algunos gastos que la cantidad que me daban a duras penas
cubrían. Cierto que tenía alojamiento y comida. Faltaría más, después de
trabajar sin sueldo y sin seguridad social. Algunos hermanos pudientes, menos
mal, me proporcionaban ropa y calzado que ya no usaban. En estos cuarenta años
solamente he tenido dos trajes que aún conservo. Lo poco que poseo no llena la
maleta que me ha prestado un hermano joven que se queda en Betel.
A los pocos años de estar en Betel me
desanimé un poco, ya que el Armagedón no llegaba. Se me dijo que sin falta
llegaría, que solamente era cuestión de esperar y no aflojar el paso. A lo más
tardar, el Armagedón llegaría antes de que terminara el siglo XX. Lo leí en las
publicaciones, aunque también me lo aseguró de palabra un miembro del Cuerpo
Gobernante. En esa esperanza estaba; pero pasó el siglo XX y el Armagedón
tampoco vino. Esto me decepcionó profundamente. Tentado estuve de solicitar mi
baja y ponerme a trabajar fuera. Pero sabiendo lo mal que estaba la situación
laboral en la calle y el hecho de que a mi edad difícilmente conseguiría
colocarme, opté por aguantar dentro de Betel, aún a sabiendas de que algo
andaba mal.
Empecé a tener serias dudas acerca de la
Organización, pues nunca se cumplían las profecías que desde finales del siglo
XIX se proclamaban a los cuatro vientos. Me frenaba el texto de Proverbios
4:18, que dice que ‘la luz se hace más brillante’. Tal vez por eso lo que se
predicaba años atrás quedaba sin efecto. Y llegaba un nuevo conocimiento que
daba esperanzas, aunque al cabo del tiempo también se cambiaba por aquello de
que ‘la luz se hace más brillante’. La luz se hace más brillante y las
doctrinas siempre se andan cambiando. Y el Armagedón que predicamos no termina
de llegar. ¿Estaremos realmente equivocados en la interpretación de los textos
bíblicos? ¿Seremos falsos profetas?
Pero el caso es que tengo que salir de
Betel en breve tiempo y no sé a dónde ir. No tengo familia, no tengo casa, no
tengo trabajo. La pensión no contributiva que me dará el Estado será la mínima
y no me cubrirá ni el alquiler de una vivienda digna. Pudiera aceptar la
caridad de los hermanos en cuanto a ropa y comida. Pero ¿soportarán los
hermanos darme de comer durante el resto de mi vida? Puede que algún hermano
también me dé habitación en su casa, aunque tenga que entregarle mi pensión
para contribuir a sus gastos. ¿De verdad habrá algún hermano que me acepte sin
más? Lo dudo. Cada cual tiene sus problemas y sé que los hermanos están
atravesando una crisis severa y muchos no tienen trabajo.
No tendré más remedio que ir al comedor
social y pedir ropa y calzado a la caridad pública. Me conformaré con un
cuartucho para dormir por importe inferior a mi pensión, si es que no hay plaza
en el albergue para personas sin techo. No sé qué hacer con la literatura. No
puedo llevarla conmigo porque abulta lo suyo y no tengo fuerzas para acarrear
otra maleta solamente con libros y revistas. Tendré que dejarla en Betel. No
creo que vaya más a las reuniones. Si me amparo en la caridad pública, pasaré
inadvertido para los hermanos. Por un lado estoy contento porque no me obligo a
acudir a salón alguno del reino o de asambleas. Nadie notará mi falta. Y si la
notan, ¿qué puede importarles un viejo? Si no importo en Betel, tampoco en
ninguna congregación. (Continúa en parte 2).
Dura realidad a la que se enfrenta el y muchos más.
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