Los
fieles en general creen que los apóstoles eran judíos. Según se desprende de
los evangelios, eran galileos y casi todos ellos pescadores de profesión.
Jesucristo los eligió como tales en tierras de Galilea. Sus nombres: Simón
Pedro, Andrés, Santiago de Cebedeo, Juan, Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo,
Santiago de Alfeo, Judas Tadeo, Simón el cananeo y Judas Iscariote. No se
descarta que Judas Iscariote fuera natural de Judea. Que practicaran el
judaísmo, ése es otro tema; pero lo cierto es que, salvo uno, los apóstoles,
según los evangelios, no eran de Judea.
De
igual manera se cree que Jesucristo era judío. La verdad es que, aunque nació
en Judea por las circunstancias, Jesucristo era galileo. De ahí que los
evangelios le conozcan como Jesús de Nazareth y no como Jesús de Belén.
Jesucristo nació en Belén debido al viaje de empadronamiento que realizaron sus
padres, según el evangelio de Lucas; pero tras el nacimiento y la presentación
del Niño en el Templo, la familia regresó a Nazareth, de acuerdo con el
evangelista Lucas. Sin embargo Mateo dice que la familia huyó a Egipto para
escapar de Herodes, aunque especifica que, tras el regreso de Egipto y por
temor a Arquelao, que reinaba en Judea, se retiró a Nazareth.
Ocurre algo extraño con la población de Nazareth que los evangelios
atribuyen a Jesucristo como su ciudad. Mateo escribe que ‘será llamado
nazareno’ para cumplir la profecía. Sin embargo no se detecta pasaje alguno en
las Escrituras que digan eso. Todo lo más el texto de Mateo podría remitir a
los profetas Isaías y Jeremías, que hablan de un ‘brote’, palabra que pudiera
significar ‘nazareo’, es decir, algo consagrado a Dios. Sin embargo quien
escribió el evangelio de Mateo, que se evidencia que no era judío, debió de
confundir las palabras ‘nazareo’ y ‘nazareno’. Y al emplear la palabra ‘nazareno’
dedujo que Jesús era de Nazareth, cuando en realidad debió haber dicho que
Jesús era ‘nazareo’, es decir, consagrado a Dios. Pero en modo alguno de
Nazareth, si bien la palabra Nazareth tiene su origen en el vocablo ‘nazareo’.
El
historiador Flavio Josefo, nacido en Judea, menciona en las postrimerías del siglo I cuarenta y
cinco poblaciones de Galilea; pero no cita entre ellas a Nazareth, y eso que
Josefo estuvo destinado en Galilea como comandante. Tan extraño silencio los
teólogos lo atribuyen a que Nazareth no era población importante y por eso
Josefo no la menciona en sus escritos. Sin embargo Josefo sí menciona
poblaciones galileas que eran simples aldeas. Además el evangelio de Lucas dice
que Nazareth tenía sinagoga y en ella leyó Jesús parte de las Escrituras.
El
asunto es que, si Nazareth tenía sinagoga, era una población importante.
Solamente las poblaciones importantes tenían sinagoga, aunque no tuvieran gran
número de habitantes. Hemos de aceptar, pues, que Nazareth era una urbe de cierta
importancia; pero Josefo no la menciona. ¿Por qué? La razón es evidente: Josefo
no sabía que existía Nazareth, a pesar de que vivió en Galilea. ¿Y por qué
Josefo no sabía que existía Nazareth? Para ello hemos de acudir a la evidencia
histórica.
Jerusalén fue destruída por los romanos en
el año 70 de nuestra era. También destruyeron el Templo. En el 73 caía Masadá. Pero ya antes, en el año 67, los romanos habían matado a miles de habitantes de la ciudad de Jafa, en
Galilea. Los muertos de Jafa fueron enterrados casi dos kilómetros hacia el
norte, en una gran planicie bajo una colina. Con el paso del tiempo Jerusalén
volvió a poblarse; y en el año 135 los romanos volvieron a devastar la ciudad,
dada la sublevación de sus moradores.
Hubo familias que en el 135 consiguieron escapar de Jerusalén, entre
ellas la familia de una de las divisiones sacerdotales que, aunque no tenían
Templo, sí prestaban servicio religioso. Esta familia consagrada a Dios, o
personas que se consideraban ‘nazareos’ (dedicados a Dios) emigraron hacia las
tierras de Galilea y se establecieron justamente en la ladera de la colina a
cuyo pie se extendía la planicie donde cerca de setenta años atrás fueron
enterrados los muertos de Jafa. Aquella planicie no era otra cosa que el
cementerio de la antigua Jafa. La familia sacerdotal se instaló, pues, en la
ladera de la colina que daba al cementerio, la cual se consideraba tierra de
nadie.
No
sabemos de cuántas personas se componían los miembros de aquellas familia; pero
evidentemente eran muy pocos. Allí construyeron su casa y con el tiempo,
probablemente buscando cónyuge entre los habitantes de la cercana Jafa, se
fundaron nuevas familias que también construían sus casas junto a la primera.
Aquel núcleo urbano fue creciendo hasta que en el último cuarto del siglo III,
un siglo y pico después de que la familia sacerdotal se instalara en la ladera
de aquella colina, se fundó la sinagoga. Esa población creciente fue llamada
Nazareth, la cual comenzó su andadura a mediados del siglo II y no se la menciona
en los escritos hasta principios del siglo IV.
Surge, pues, una pregunta incómoda: ¿Cómo es que los evangelistas hablan
de Nazareth si en el siglo I no existía esa población y por esa razón Josefo no
la menciona? Hemos de llegar entonces a la inevitable conclusión de que los
evangelios no pudieron haber sido escritos en el siglo I, sino en el siglo IV,
que es cuando poco antes se empezó a conocer la existencia de Nazareth, a raíz
de tener sinagoga. Si hubieran sido escritos los evangelios en el siglo I, en
absoluto mencionarían a Nazareth. No existiría, pues, la expresión ‘Jesús de
Nazareth’. Tampoco diría el evangelio de Lucas que Jesús entró en la sinagoga
de Nazareth para leer un pasaje del profeta Isaías, ya que tal sinagoga no se
fundó hasta casi finales del siglo III. Es evidente que los evangelios fueron
redactados a partir del siglo IV. Pero, ¿quién o quiénes en realidad pudieran
haber sido sus autores?
A
raíz del edicto de Milán el emperador Constantino ordenó que fueran llevados a
su presencia todos los libros religiosos del Imperio. Estos volúmenes fueron
destruídos, no sin antes haber encargado Constantino a Eusebio de Cesarea y a
Osio de Córdoba que extractaran todo ello y lo fusionaran, creando un único
personaje central al que en adelante había que venerar como dios en todo el
Imperio, a fin de que hubiera una sola religión. Eusebio y Osio dieron así
origen a los evangelios y demás escritos del Nuevo Testamento, haciéndolos
pasar por más antiguos.
Debido a que no investigaron a fondo, se colaron multitud de
discrepancias en los evangelios. Y en el caso de la población de Nazareth,
creyendo que la misma tenía varios siglos de antigüedad, se la atribuyeron a
Jesucristo y pusieron en boca del evangelista Mateo aquello de ‘será llamado
nazareno’, dando por hecho que la palabra nazareno significaba ‘natural de
Nazareth’. (Continúa en la parte 2).
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