viernes, 30 de agosto de 2019

Del libro BASES DOCTRINALES DE LOS TJ (57)


Citas de la Septuaginta en los evangelios (1)

    Existen dos grupos de versiones de la Tanaj o Antiguo Testamento, a saber: el grupo de escritos en hebreo y el de los escritos en griego. Estos últimos parten del siglo III antes de la era cristiana (a.e.c.), cuando, según se cuenta, un grupo de setenta y dos intelectuales, a petición de la Biblioteca de Alejandría, tradujo del hebreo al griego la Torah o Pentateuco (cinco primeros libros de la Biblia, de Beresit a Debarim o Génesis a Deuteronomio). Es la llamada Septuaginta o Biblia de los Setenta, si bien tal exagerada cantidad de intérpretes se basa en una leyenda. La creencia general es que los traductores de la Septuaginta vertieron al griego toda la Tanaj (Viejo Testamento), lo cual no es exacto.
    El historiador judío Flavio Josefo, en el prólogo de su obra ‘Antigüedades judaicas’, escribe a finales del siglo I de la era cristiana que los setenta se limitaron a traducir únicamente los libros de Moisés o la Torah, y ésa era la parte de la Septuaginta que se conocía en su tiempo. Es lo que también manifiesta el Talmud en su novena Meguilá. El resto de la biblia hebrea, incluídos los profetas y los salmos, fue evidentemente traducido al griego por miembros de la incipiente Iglesia.
    Los eclesiásticos argumentan que toda la Tanaj estaba traducida al griego para el siglo II a.e.c.; pero el historiador Josefo no es de esa opinión y, como se ha adelantado, a finales del siglo I solamente se conocían vertidos al griego los cinco libros de la Ley mosaica. Por tanto, después del primer siglo fue cuando se tradujo al griego el resto de los libros de la biblia hebrea, que se añadieron a la Septuaginta haciendo creer piadosamente a los lectores que esas traducciones eran más antiguas.
    Ni qué decir tiene que los judíos utilizaban en el Templo y en sus sinagogas la versión hebrea de las Escrituras y no la griega o Septuaginta. Jesús de Nazaret leería evidentemente de los rollos de las escrituras hebreas y no de la traducción griega, por mucho que los eclesiásticos quieran defender el segundo punto. Jesús no pudo haber leído del rollo de Isaías de la Septuaginta porque en su tiempo no existía esa parte de la versión griega.
    Se imputa el primer evangelio al apóstol de Jesús, Mateo Leví, de quien se asegura que lo redactó en hebreo para los judíos. No obstante, de su lectura se deduce que el escritor del evangelio de Mateo no pudo haber sido judío, dado que citó textualmente de pasajes de la Septuaginta griega y no de las Escrituras hebreas, lo cual es inconcebible en un judío. Algo asimismo inexplicable es que un judío del primer siglo escribiera que Jesús se rodeó de multitudes en varias ocasiones, cuando por la historia se sabe que los romanos, que temían sublevaciones, no permitían, fuera del ámbito del Templo, reuniones multitudinarias en Judea. Las concentraciones de multitudes e incluso de pequeños grupos, sobre todo las celebradas a campo abierto, eran disueltas por la fuerza con resultados mortales en algunos casos.
    Se asegura que Mateo escribió su evangelio hacia mediados del primer siglo. De ser esto cierto, cabe preguntarse cómo es que Mateo cita de Isaías según la Septuaginta, siendo el caso que la traducción de Isaías al griego ni siquiera estaba disponible a finales del siglo I, según Josefo. Si a finales del siglo I no se conocía aún la traducción griega de Isaías, menos se conocería a mediados del mismo siglo, cuando se supone que Mateo redactó su evangelio. Una de dos, o las citas que Mateo hace de la Septuaginta se insertaron después del siglo I, o todo el evangelio de Mateo fue redactado después de ese primer siglo. Lo mismo puede decirse de todo el Nuevo Testamento, que cita de una parte de la Septuaginta que en el siglo I no existía.
    Mediante las citas de los antiguos profetas, los evangelistas intentan demostrar que Jesús de Nazaret era el Mesías prometido. Sin embargo, todas esas citas son de los libros proféticos de la Septuaginta, libros que no se tradujeron hasta después del siglo I. Las citas de la Septuaginta aparecen sorprendentemente en unos evangelios que se suponen escritos antes de que existieran las traducciones griegas de los libros de los profetas. Si retiramos esas citas proféticas de los evangelios, éstos se quedan sin el fundamento, a saber, tratar de probar que Jesús era el Mesías. Así, pues, dado que la base de los evangelios es la demostración mesiánica de Jesús mediante las citas de la Septuaginta, y dado que la traducción griega de los profetas no se conocía a finales del siglo I, los evangelios no pueden ser anteriores al siglo II.
    Por lógica su autoría no puede ser de los cuatro evangelistas a los que se les atribuye su composición. Los autores de los evangelios, o tal vez un solo autor, habría que buscarlos en los primeros tiempos de la Iglesia y no precisamente en los tempranos siglos II y III. Lo más probable es que, con carácter pseudo histórico retroactivo, partan de principios del siglo IV, y no solamente los evangelios, sino también los escritos paulinos, pues son constantes en ellos las citas proféticas según la traducción de la tardía Septuaginta.



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